Tomará posesión de su cargo en Roma a finales de verano. Pero Philippe Bordeyne (en la foto), el nuevo decano del Instituto Teológico Pontificio Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia, ya ha puesto sus cartas sobre la mesa por adelantado. Y lo ha hecho precisamente en el tema más explosivo de este momento en la Iglesia, el de la bendición de las parejas homosexuales.
En un ensayo publicado en «Transversalités«, la revista del Institut Catholique de París del que ha sido rector hasta ahora, Bordeyne sostiene que sí, que es bueno bendecir a las parejas homosexuales «cuando solicitan que la oración de la Iglesia acompañe su amor, su unión», aunque con la doble precaución de bendecirlos «preferentemente» en una forma litúrgica «de carácter privado» y con una bendición personal para cada uno de los miembros de la pareja, «para marcar la diferencia con las oraciones de bendición nupcial».
El ensayo merece ser leído en su totalidad. Pero solo esto basta para comprender que Bordeyne no está entre los obedientes, sino entre los rebeldes contra el «Responsum» con el que la Congregación para la Doctrina de la Fe prohibió la bendición de las parejas homosexuales el pasado 15 de marzo. «Responsum» inmediatamente rechazado por obispos, sacerdotes y fieles sobre todo en Alemania y alrededores, incluido el cardenal Christoph Schönborn, y en cambio defendido a capa y espada por otro cardenal como Camillo Ruini, con el papa Francisco en medio, que pende de aquí y de allá, sin dejar nunca claro de qué lado acabará.
Ahora bien, que el nuevo decano del Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia se sitúe en las antípodas de la doctrina y la pastoral de la Iglesia de todos los tiempos, -y sobre «algo que la Iglesia no puede hacer ni ahora ni nunca», como reiteró el cardenal Ruini, porque «solo puede ser bendecido lo que se ajusta a los designios de Dios, no lo que es contrario a ellos, como las uniones entre personas del mismo sexo»-, es signo de un definitivo cambio de rumbo en la historia de esta institución, justo cuando celebra su cuadragésimo aniversario.
Se trata de un cambio de rumbo que se cumple hoy, pero que comenzó muy atrás, empezando por la exclusión, en 2014, por voluntad del papa Francisco, de cualquier representante del Instituto Juan Pablo II en el sínodo sobre la familia, es decir, precisamente en el tema de su competencia más específica.
Luego vino en 2016 el nombramiento del ultrabergogliano Vincenzo Paglia como gran canciller, seguido al año siguiente por el motu proprio con el que el papa Francisco cambió el nombre del instituto, aunque manteniéndolo en honor a Juan Pablo II, el fundador.
En el verano de 2019 se reescribió los estatutos, se rehizo el programa de estudios y se depuró el profesorado, empezando por el decano Livio Melina. A la protesta de profesores y estudiantes también se sumó públicamente el papa emérito Benedicto XVI. Pero sin ningún efecto. Incluso el nuevo decano PierAngelo Sequeri -un teólogo milanés de reconocida valía que se había adaptado inexplicablemente a esta tarea- pronto se encontró al margen del nuevo curso, debido a la autonomía de su pensamiento teológico, entre otras cosas porque defiende con firmeza una interpretación de la muy discutida encíclica «Humanae vitae» de Pablo VI fiel a su sentido original.
Pero ahora que también Sequeri se ha visto obligado a retirarse y ha sido sustituido por Bordeyne, la alineación del instituto con el nuevo rumbo marcado por el papa Francisco está prácticamente terminada.
Así se desprende también del que fue el canto del cisne del decano saliente Sequeri: el discurso que pronunció el pasado 5 de mayo en un acto promovido por el gran canciller Paglia para celebrar el cuadragésimo aniversario del instituto, junto con otros dos destacados teólogos, el jesuita francés Christoph Theobald y el benedictino alemán Elmar Salmann.
Las tres intervenciones pueden escucharse en la grabación de vídeo del acto, cuyo título general era: «Hoy y mañana: imaginar la teología». Pero aquí basta con mencionar que, frente a un Theobald implacable en demoler el modelo de teología sostenido por Juan Pablo II y Benedicto XVI y en exaltar en cambio el «pragmatismo ilustrado» querido por el papa Francisco, con su «magnífico poliedro» de teologías, Sequeri dijo cosas totalmente distintas, si no opuestas, y -respecto al nuevo rumbo del instituto- políticamente incorrectas.
Al rebatir las teorías de moda que para exaltar la fe devalúan la doctrina, Sequeri hizo un canto al «autorizado catecismo de la doctrina católica que expone ordenada y sistemáticamente en cientos de páginas las líneas maestras de la ortodoxia de la fe, para explicar lo que pensamos y lo que creemos»; y de ahí que «si se pierde el catecismo se pierde también la fe, porque el catecismo es el pensamiento de la fe».
A los que hoy aspiran a actualizar la teología a su manera les recordó que «el único experimento de modernización de la teología que ha tenido éxito hasta ahora ha sido el Concilio de Trento. Una máquina perfecta, una Iglesia blindada dentro del dogma, un poco estrecha, pero capaz de integrar las razones bíblicas de los protestantes y de llenar Europa de maravillas, tomando lo mejor, desde Miguel Ángel hasta Rafael. Y esta fue su respuesta al humanismo: ‘Es hermoso vivir en presencia de Dios’, con iglesias que se convirtieron en espectáculos y la liturgia en un encanto».
Y a los que separan la fe de la moral les replicó que «la inmensa mayoría de los conflictos de interpretación de la fe, sobre la que se decide su coherencia, no son las pericoresis trinitarias, sino que son precisamente las cuestiones morales, de sexo o de sociedad».
Ciertamente, Sequeri no es sospechoso de conservadurismo, pero en estas palabras suyas a contracorriente hay mucho de Joseph Ratzinger y nada de Jorge Mario Bergoglio, nunca citado por él, a diferencia de Theobald.
Pero a estas alturas el instituto ha pasado página, con un nuevo director y un nuevo rumbo que choca con el papa cuyo nombre sigue llevando y que lo fundó el mismo año en que estuvo a punto de ser martirizado, aquel 13 de mayo de 1981.
Por no hablar de que el citado diálogo a tres bandas, entre Theobald, Salmann y Sequeri, tuvo lugar en la sala que lleva el nombre del primer decano del instituto, el teólogo y luego obispo y cardenal Carlo Caffarra (1938-2017), el líder de los cuatro cardenales que en 2016 presentaron a Francisco aquellos gravísimos «dubia» sobre el nuevo rumbo de la doctrina y la pastoral del matrimonio, a las que el papa nunca dio respuesta, negándose incluso a recibir a Caffarra y a los demás en audiencia.
Volviendo a Bordeyne, he aquí un breve extracto de las conclusiones de su ensayo sobre «Transversalités», en el que aprueba la bendición litúrgica de las parejas del mismo sexo.
Escrito con anterioridad y titulado «L’Église catholique en travail de discernement face aux unions homosexuelles», el ensayo salió a la luz en los mismos días que el «Respponsum» de la Congregación para la Doctrina de la Fe que prohibía tal bendición, desobedeciéndola de hecho.
Será interesante ver cómo la cúpula de la Iglesia aborda este clamoroso conflicto dentro de los muros vaticanos sobre una cuestión moral tan decisiva para la fe.
INSTRUCCIÓN SOBRE CÓMO BENDECIR A LAS PAREJAS HOMOSEXUALES
por Philippe Bordeyne
Todo bautizado se beneficia de la oración de la Iglesia y goza de un derecho fundamental a beneficiarse de ella. Por lo tanto, no cabe duda de que las personas comprometidas en una unión homosexual tienen derecho a buscar la ayuda pastoral de la Iglesia, y particularmente la ayuda de la oración, en su camino hacia la santidad.
Al mismo tiempo, la Iglesia no puede ignorar que ciertas prácticas eclesiales corren el riesgo de introducir confusión sobre la naturaleza del matrimonio cristiano, o de aumentar la confusión que circula en la sociedad sobre la naturaleza del matrimonio en general. Es necesario, por tanto, hacer una distinción a dos niveles: entre la oración pública y la privada, por un lado, y entre la bendición de los individuos y la bendición de la pareja o de su unión, por otro.
En primer lugar, […] cuando dos personas homosexuales solicitan la oración de la Iglesia para acompañar su amor, su unión o el hijo que han acogido, es preferible una oración privada para no dar pie a pretensiones explícitas o implícitas de legitimación de las uniones homosexuales por analogía con el matrimonio.
Del mismo modo, en el caso de que se previera una oración de bendición, convendría limitarse a una bendición de las personas, descartando las formulaciones que evocaran demasiado directamente su unión, para evitar la confusión con la bendición ritual de un hombre y una mujer unidos en matrimonio. […] El signo eclesial de la bendición, realizado por un ministro de la Iglesia, debe concederse, por tanto, a dos personas que, habiéndose formado cada una un juicio de conciencia teniendo en cuenta sus propios límites, solicitan la ayuda de la Iglesia para crecer en su disponibilidad a la gracia. Concretamente, sería deseable que el ministro procediera sucesivamente a dos oraciones personales de bendición. […]
En la medida en que la Iglesia católica está en proceso de discernimiento moral y pastoral respecto a las uniones entre personas del mismo sexo, se puede hacer el voto de que aceptará enraizar este trabajo en la oración litúrgica, que es el lugar por excelencia donde Cristo manifiesta su presencia y su poder salvífico a su Iglesia.
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En este ensayo, Bordeyne también propone fórmulas litúrgicas para la bendición de las parejas homosexuales. De hecho, esta práctica ya está en uso desde hace años, especialmente en Alemania, Austria y Bélgica, además de repetirse en los últimos días a gran escala desafiando el «Responsum» de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
En 2020, en Paderborn, se publicó un volumen titulado «Paare. Riten. Kirche» [Parejas. Ritos. Iglesia], con un prólogo del obispo auxiliar de Essen, Ludger Schepers, que contiene veinte ejemplos de bendiciones litúrgicas para parejas homosexuales o en todo caso «irregulares», con instrucciones prácticas sobre lugares, ritos, fórmulas y símbolos de las celebraciones.
Fuente: Infovaticana