Con ese motivo, la revista Seúl reunió a uno de sus fundadores, Juan José Sebreli, con el periodista Osvaldo Bazán para recordar aquel primer destello del orgullo gay en la Argentina
En agosto de 1971, en un monoambiente del barrio de Once, cinco escritores e intelectuales inorgánicos fundaron el Frente de Liberación Homosexual (FLH), el primer grupo de defensa de los derechos de las minorías sexuales en el país. Para conmemorar el 50º aniversario de aquella primera reunión, les propusimos al ensayista Juan José Sebreli, uno de los fundadores del FLH –y, también, uno de los primeros en abandonarlo–, y al periodista Osvaldo Bazán, autor de Historia de la homosexualidad en la Argentina, que conversaran sobre el legado de un grupo que tuvo que enfrentarse a los valores conservadores de la época –incluidos los de las organizaciones peronistas y de izquierda–; sufrió en su interior, como casi todo el país, las crecientes tensiones políticas de aquellos años; y después quedó casi olvidado, con la excepción de unos pocos rescates, de la historia oficial del activismo LGBT en Argentina. El resultado de esa conversación, editada por cuestiones de extensión y claridad, a continuación:
OSVALDO BAZÁN:
¿Cómo se llega a formar el FLH? ¿De dónde venía cada uno de los que hicieron el frente?
JUAN JOSÉ SEBRELI:
De la forma más azarosa que te puedas imaginar. Tenía un amigo artista, que le gustaba la poesía, sabía mucho de literatura, muy culto, pero no hacía nada. De esos tipos que no hacen nada, leen y cultivan amistades literarias, pero murió sin escribir nada. Me llama por teléfono un día, él por varios años fue traductor de Naciones Unidas, ganaba un sueldazo bárbaro como traductor al castellano, y una mañana me llama por teléfono entusiasmado por el movimiento homosexual que existía en Nueva York y me dijo: “Tendríamos que hacer algo igual en la Argentina”.
BAZÁN:
Hacía poco, en 1969, habían ocurrido las marchas de Stonewall en Nueva York.
SEBRELI:
Exacto, y me llamó un tiempo después que eso. Y yo enseguida agarro y le digo “bueno, hagámoslo” y nos reunimos, éramos cuatro o cinco. Después de todo, pensé, el partido bolchevique al principio eran media docena y después casi dominaron el mundo. Así empezamos. Entonces lo llamo a mi amigo Blas Matamoro, que ahora vive en España, era el único que vivía solo en ese momento. Los demás vivían todos con las familias, como solía ser en el ambiente homosexual, por razones prácticas. En esa época eran muy pocos los departamentos de un ambiente, casi no existían.
BAZÁN:
Claro, todo grande para toda la familia.
SEBRELI:
Sí, para toda la familia o por lo menos para un matrimonio. Y yo era el único que vivía en los primeros bulines, se los llamaba garçonnières. Blas también tenía un garçonnière en Plaza Once, que en realidad había sido hecho para una amueblada [N del E: antecedente del hotel alojamiento], era un solo ambiente. Enseguida lo llamé a Blas, que era mi confidente más cercano, y le dije: “¿Vos sabés lo que me dijo este muchacho?”. Yo soy la persona menos indicada para hacer política, nunca estuve en un partido político, voy a un grupo y soy el primero que se va. Lo llamo a Blas, que era más activo, y me dice “fantástico, vengan a mi casa a hacer una primera reunión”. Y fuimos a la casa.
BAZÁN:
¿Ya sabían que se reunían ahí para fundar el FLH?
SEBRELI:
Sí, a algunos se les dijo que era “para tratar algunas cuestiones”, algunos creyeron que era para algo literario. El departamento era una cosa larga, finita, angosta, eran dos ambientes que después le habían hecho una pared para hacerlo más habitable. Dijimos “bueno, ¿y a quién le avisamos?” Le avisamos a Juan José Hernández, que a su vez trajo a Héctor Anabitarte, que sería una figura fundamental. Y no me acuerdo quién otro.
BAZÁN:
¿Néstor Perlongher y Manuel Puig ya estaban o vienen después?
SEBRELI:
Perlongher vino después, pero Puig fue a la primera y algún otro desconocido que no me acuerdo. Éramos cuatro o cinco. A mí se me ocurrió enseguida el nombre de Frente de Liberación Homosexual y todos dijeron que sí. Hoy nunca le pondría “frente”, porque eso huele a guerrilla.
BAZÁN:
¿Y en aquel momento por qué salió la palabra “frente”?
SEBRELI:
Porque existía el Frente de Liberación Homosexual en Norteamérica. Yo decía que para no parecer una cosa tan loca, y parecer ligados a un movimiento internacional, pongámosle el mismo nombre, como una sucursal del norteamericano.
BAZÁN:
Pero era sólo el nombre, no es que tenían relación.
SEBRELI:
Ninguna, la relación la tuvimos después.
BAZÁN:
¿Hicieron un acta o algo?
SEBRELI:
No, todo era improvisado, nunca hubo un acta. Después hicimos las revistas. El primero que hizo su salvedad fue Manuel Puig. Nos dijo: “Miren, yo voy a colaborar con ustedes, estoy completamente de acuerdo, pero pido que no pongan mi nombre, porque yo soy una persona muy conocida y muy perseguida y entonces me va a traer problemas en mi trabajo”. Puig vivía dedicado exclusivamente a sus libros, pero justamente porque era conocido quedó como una figura más central del movimiento.
BAZÁN:
¿Cuál fue el objetivo? ¿Qué es lo que querían lograr ustedes con el frente?
SEBRELI:
Lo que querían lograr todos los frentes: hacernos ver, crear una organización.
BAZÁN:
¿Y por qué era necesario en ese momento hacerse ver? ¿Cuál era el contexto de eso?
SEBRELI:
Para eso hay que repasar la historia, empezar desde más atrás, porque las cosas no surgen de la nada. En la etapa conservadora, no había códigos penales sobre la homosexualidad, sólo iban presos, si los agarraban, los lúmpenes de clase baja. Igual en eso éramos más adelantados que Inglaterra, donde hasta la Segunda Guerra Mundial te llevaban preso por cinco años, aunque fueras un lord. En Argentina los homosexuales en la clase alta abundaban, pero se amoldaban y hacían sus fiestas. Todo el mundo sabía quién era y quién no era, pero nadie hablaba. Eso a la policía no le importaba. Además, llevarse la policía a un personaje como, digamos, un diplomático, eso no podía salir en los diarios.
BAZÁN:
Por eso no podía ser castigado por la policía.
SEBRELI:
Por eso. Nunca se hablaba de homosexualidad en los diarios, ni como nota pintoresca, nada, no existía, era una raza desconocida. Entonces, surge un episodio que fue una especie de parteaguas. En 1942, un año antes del golpe, el episodio de los cadetes del Colegio Militar, que se realizó acá cerquita, en la calle Juncal, en un departamento antiguo, de esos apartamentos blancos, modernos en los años ‘40, y el dueño era un aristócrata, un niño bien. Había una mujer, la secretaria del dueño de casa, que tenía contacto con unos cadetes y empezaron a ir cadetes con el gorro, el uniforme. Tal era la indiferencia de la sociedad sobre el tema, la increencia de que un homosexual de la clase de ellos pudiera ir preso, era una cosa completamente fuera de lugar.
BAZÁN:
La misma idea de impunidad de la foto en Olivos.
SEBRELI:
Exactamente. Hubo una pelea intestina con los cadetes, alguien filtró todo al padre de uno de ellos, que horrorizado porque el hijo participaba de esas reuniones pecaminosas, lo denunció. Y bueno, cayó la policía, se llevaron a todos, un escándalo, salió en los diarios, muchos se escaparon a Uruguay y el único que quedó preso fue el dueño de casa, que era un tipo de plata, pero le arruinaron la vida para siempre. A partir de entonces y por primera vez, la homosexualidad se convirtió en un tema de conversación. Hasta ese momento no existía. En las familias, por ejemplo, no se hablaba.
BAZÁN:
No se hablaba, no es que no existía.
SEBRELI:
Existía, claro, igual que hoy. Pero no se hablaba. Si en una familia había un homosexual, nadie nunca iba a decir nada. Entonces, a partir de ese momento se destapó la olla. Por primera vez salió en los diarios una noticia sobre el tema, porque hasta ese momento eran lúmpenes los que caían, que La Nación no publicaba. Y el episodio se usó como una de las causas del golpe del ‘43, como que la sociedad estaba depravada, necesitaba un orden.
BAZÁN:
La depravación moral había llegado hasta el Colegio Militar.
SEBRELI:
Había que poner orden. Y al año siguiente se da el segundo escándalo, que fue el de Miguel de Molina, del que todo el mundo hablaba porque era un personaje conocido, los cadetes eran desconocidos. Miguel de Molina cantaba en el Teatro Avenida, todo el mundo iba a verlo, era una estrella de primera magnitud. Y se armaban unos escandaletes bárbaros. En el teatro, en el escenario y en el paraíso. El paraíso del Teatro Avenida era un quilombo vivo: vos ibas ahí a coger. Ni siquiera tenías que pagar la entrada. Le dabas unos pesos al acomodador y te dejaba subir.
BAZÁN:
Y te ibas literalmente al paraíso. (risas)
SEBRELI:
Al paraíso, exacto. Yo he ido mucho con Blas Matamoro. A raíz de eso, a Miguel de Molina le sacaron toda la fortuna, se va sin un peso a México. Su caso fue un hito, porque la gente empezó a hablar de la homosexualidad. Se hablaba en las mesas de las familias de clase media, lo mencionaban en las escuelas las maestras, se contaban chistes de Miguel de Molina. Bueno, después lo exilian y van a despedirlo al puerto solamente dos actrices, a pesar de que era amigo de todas las estrellas. A raíz de esto la Iglesia habla con Perón y le dice “acá hay que hacer una limpieza total”. Pero Perón no quiere, esas cosas raras que tenía Perón. Y en lugar de eso les concede que haya un edicto policial. A partir de entonces la homosexualidad se hace represiva. El primero que habla de la homosexualidad en Argentina es un gran periodista olvidado, mucho mejor que Roberto Arlt, como periodista o cronista, que es Juan José de Soiza Reilly, que se dedicaba a rastrear el bajo mundo. Es el primero que habla de la homosexualidad.
BAZÁN:
También está Los invertidos, la obra de José González Castillo, en 1914. Lo que propone la obra es que la única solución para el homosexual es suicidarse.
SEBRELI:
La vi. Muchos años después la hizo un director famoso en un teatrito del centro, un director que después tuvo un problema de salud.
BAZÁN:
Alberto Ure.
SEBRELI:
Ése. Ure la hizo. La cuestión es que después del edicto esa fue la peor época, te llevaban por cualquier cosa, te tenían días adentro.
BAZÁN:
¿A vos te llevaron?
SEBRELI:
Sí, nadie se salvaba. Ibas caminando solo por la calle, me veía un tipo que me andaba mirando. Ellos ya tenían el olfato. Y te llevaban. Yo escribí un ensayo que se llama “Crónica de la prisión”, de los días que pasé en la cárcel. Además no avisaban en tu casa, era una cosa espantosa.
BAZÁN:
O sea, te llevaban y en tu casa no sabían por qué vos no volvías.
SEBRELI:
Angustiados de que me habría atropellado un auto o algo así, lo que menos pensaban era que estaba preso.
BAZÁN:
¿Y el trato en la cárcel cómo era?
SEBRELI:
Era una celda común, sin cama, tirado en el suelo. Eso duró los años que duró. Pero a pesar de eso la homosexualidad siguió creciendo. Los últimos años del peronismo, cuando Perón se empieza a distanciar de la Iglesia, hay un desastre total. Los últimos años del peronismo fueron una orgía pública y callejera. Vos ibas a los baños de los cines, de los teatros, de los ferrocarriles, estaba lleno lleno. Se cogía mucho más que hoy, porque hoy no tenés los lugares y en aquella época tenías a los obreros que iban a trabajar y se levantaban 6 de la mañana y para quedarse tranquilos antes del trabajo pasaban primero por la estación de tren y ahí pasaba de todo. Hoy es todo teléfono, la calle no existe.
BAZÁN:
La calle como lugar de levante no existe más.
SEBRELI:
No hay cines, que era un lugar típico. La calle Lavalle era un lugar típico, salías de un cine y te metías en otro. Era una fiesta, con el peligro de que cayera la policía, pero después era la libertad. Yo me acuerdo de haber cogido en el Jardín Zoológico. Había dos baños, el baño de entrada no, porque era un ir y venir, pero al fondo había otro olvidado, ahí siempre había alguien esperándote. Los trenes ingleses eran una maravilla porque tenían baño, te metías en el baño del tren y tranquilamente hacías lo que querías.
BAZÁN:
¿Ahí no aparecía la policía?
SEBRELI:
No, en la estación no. Mucho menos en los trenes.
BAZÁN:
¿Y después, con la Revolución Libertadora?
SEBRELI:
Después de esa relativa amistad de los peronistas con los homosexuales, cuando a Perón se le da por romper con la Iglesia, cambia de táctica. De un extremo se va al otro. Se le ocurre –la mente de Perón era increíble– que el país se había corrompido por culpa de la Iglesia, que prohibía los prostíbulos. Entonces se abre la campaña a favor de la apertura de prostíbulos. Ya la Iglesia estaba peleando, horrorizada, y entonces para darle fuerza a esa ley hacen la razzia más grande que se haya hecho contra homosexuales en Buenos Aires y en otras ciudades del interior. Toda la policía a los baños, se llevan montones, de a paladas. Los titulares de los diarios: “Miles de homosexuales presos”. Una cosa increíble. Ésa fue la peor época. Después vienen los militares y siguen, aunque el máximo perseguidor de homosexuales y del sexo en Buenos Aires no lo trae la dictadura como la gente cree, lo trae Frondizi, ese falso hombre que pasa por ser democrático y fue la época mas perseguidora. No solamente de homosexuales, sino de comunistas también, fue un régimen horrible, apoyado por la Iglesia y por los militares. Yo siempre hablo mal de Frondizi, un personaje que finalmente no hizo nada. El plan económico de Frondizi era más o menos digno, cosas que para la época estaban bien, pero en lo demás era espantoso.
BAZÁN:
Él trajo a Margarita [N del E: el comisario Luis Margaride].
SEBRELI:
De eso nadie se acuerda, todo el mundo cree que lo trajeron los militares. Margaride estuvo en tres etapas: primero con Frondizi, segundo con Onganía y tercero de nuevo con Perón. Era terrible. Abría las puertas de los hoteles alojamiento. Perseguía no solamente a los homosexuales, perseguían también a las parejas casadas que iban con un amante. Los detenían y después llamaban por teléfono al marido o a la mujer para que los fueran a sacar.
BAZÁN:
En ese clima de represión, ¿cómo era la vida gay?
SEBRELI:
Muy aminorada con respecto a los últimos años del peronismo. Después volvió un poco cuando sube Arturo Illia [1963], aunque no con el desenfreno de Perón. Con la segunda dictadura [1966] desaparece por completo. El Paraíso del Teatro Avenida lo tapian, le ponen una tapia para que nunca nadie pudiera entrar. Todavía debe estar la tapia.
BAZÁN:
Volviendo al FLH, después de aquella primera reunión en la casa de Blas, ¿cómo siguieron?
SEBRELI:
Nos reuníamos en distintas casas, al principio siempre muy pocos. Pero aumentó muchísimo cuando apareció Néstor Perlongher, porque Perlongher era estudiante y conocía mucha gente. Nosotros ya no íbamos más a la facultad y no teníamos lucros, éramos amigos nada más. La excepción era Héctor Anabitarte, que era empleado del correo, un muchacho de clase baja que vivía en la provincia, creo que en Haedo, y él se encargaba de hablar a los empleados del correo. Con Perlongher, además, entra al FLH el Partido Comunista.
BAZÁN:
¿A Perlongher quién lo trae?
SEBRELI:
Perlongher me llama por teléfono a mí un día, cuando recién estaba en primer año. Me dice “quería hablar con usted, porque me gustan mucho sus libros”. En esa época no me llamaba tanta gente por teléfono. Entonces lo cité en un lugar que en esa época iban los intelectuales, hoy van los turistas, en El Tortoni. Y me dice: “Ay, mire, estoy escribiendo poemas”. Pero a los dos minutos largó el tema: “Pero sé que existe un grupo de homosexuales, que me gustaría estar y como no conozco a nadie en la ciudad porque recién entro a la facultad, y supuse que usted, que ha hablado de los homosexuales en sus libros, podía tener algún contacto”. Y le digo: “Sí, tengo. Yo estoy ahí”. Atrás de él entraron como cien, porque él era un tipo muy sociable en la facultad. Ahí empezó a hacer propaganda y a movilizarse. Pronto éramos 500, de cinco que éramos antes. Ahí explotó todo, porque la ocupación de esa época era sacar la revista. La revista ni se vendía pero se pegaba en las paredes, y todo Florida y Corrientes llenas de revistas.
BAZÁN:
Pero todo de manera clandestina, digamos.
SEBRELI:
Sí, pero estaban en las paredes. Algún diariero de la calle Corrientes las aceptaba, esos kioscos de antes que tenían montones de revistas. Cómo ha cambiado Buenos Aires. Vos ibas al quiosco y era como una librería, además estaban abiertos hasta las 11 de la noche. Esa fue la época de oro del frente. Así como yo detesto a alguien que pasa por ser un prócer de la democracia, como Frondizi, reivindico a uno de los dictadores militares, que fue Lanusse. En la época de Lanusse había una libertad total. Abrieron uno de los primeros baños turcos por acá cerca, en la calle Anchorena o una de esas, llenísimo de gente, todo el día abierto. Abrían a las 10 de la mañana y cerraban a las 11 de la noche. Bajo Lanusse. En esa época la revista del FLH se distribuía abiertamente.
BAZÁN:
¿Dónde las imprimían?
SEBRELI:
Ah, bueno, porque ahora viene la época trotskista, después del PC. Teníamos miembros trotskistas, que se llevaban más o menos bien con el PC porque estaban en la misma. Después se tiraban a matar por atrás, pero se llevaban bien. Los dos se llevaban bien conmigo porque en esa época yo era anti-estalinista y anti-trotskista, pero a los trotskistas les tenía más simpatía que a los estalinistas. Entonces, otros iban trayendo a otros, ya éramos una multitud. Al punto de que llegó a oídos de la policía, que se infiltró en las reuniones. Yo sospecho quién fue el que pasó el dato. Igual ya en ese momento del frente había empezado la división entre trotskistas y estalinistas, después, vía Perlongher se agregaron el peronismo y los montoneros.
BAZÁN:
Antes me ibas a contar dónde se imprimía la revista.
SEBRELI:
En esos lugares donde se imprimían las cosas trotskistas y demás. Aquí es donde se ven las paradojas de la izquierda argentina. Yo me había hecho más o menos amigo de Nahuel Moreno y él se enteró de que existía la homosexualidad, tema desconocido por los trotskistas, porque iba mucho a Estados Unidos y se había hecho amigo de los trotskistas norteamericanos, que eran muchos, porque uno de sus teóricos era Sidney Hook, que en el mundo occidental era de lo más avanzado que había. A través mío y de Nahuel Moreno se hizo una relación con el trotskismo. Él me dijo: “Nosotros podemos ayudarlos, pero en secreto”. Ellos tenían un gran comité, lleno de habitaciones, que habían heredado de no sé cuál partido socialista extinto. “Yo les voy a dedicar una habitación únicamente para ustedes –me dijo–, para que hagan las reuniones, pueden imprimir el periódico. Pero con una condición, en la puerta de ese comité de ustedes hay que poner un cartel que diga “PROHIBIDA LA ENTRADA”.
BAZÁN:
No se tenían que enterar ni ellos de lo que pasaba ahí dentro.
SEBRELI:
Nadie nunca se enteró que había un grupo homosexual comunista ahí adentro. Ese fue el gran apogeo.
BAZÁN:
¿Con la llegada de Perlongher cambió algo?
SEBRELI:
Perlongher era Perlongher, del partido perlonghista. Hasta que después cometió el desliz de todos los argentinos de caer con Montoneros. Ahí se rompió todo, porque los comunistas y los trotskistas estaban en lo suyo, no molestaban a nadie.
BAZÁN:
En 1972 el FLH fue a recibir a Perón. ¿Vos estabas de acuerdo?
SEBRELI:
No, yo ya empezaba a romper, no estaba de ninguna manera de acuerdo. Eso fue cosa de Perlongher, él dirigió la marcha.
BAZÁN:
Igual no le fue bien en la marcha.
SEBRELI:
Le fue pésimo. Cuando lo vieron llegar con los carteles de “Homosexuales Peronistas Unidos” los demás se escapaban, lo dejaban solo, aislado.
BAZÁN:
Claro, porque al mismo tiempo estaban cantando “No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y Montoneros”. Era difícil hacer una marcha así. ¿Se discutió eso en el FLH?
SEBRELI:
No, no se discutía. Muchos se fueron, como yo, que me fui justo antes. Yo me fui por un motivo muy preciso y concreto. Sacábamos una revista que se llamaba Somos y en uno de los números escribí un artículo sobre la homosexualidad en Cuba. Había leído un libro de un periodista francés muy bueno, que había ido a Cuba varios meses y volvió horrorizado y contaba todo sobre las UMAP.
BAZÁN:
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, los campos de reeducación para homosexuales.
SEBRELI:
Exacto. Escribí un artículo muy largo sobre las UMAP y los homosexuales en Cuba, con todos los datos. Acá todavía seguían con la historia de que en Cuba con los comunistas se vivía en el paraíso. En ese momento la revista estaba dirigida por Anabitarte, quien sin decirme una palabra saca el artículo de la revista. Cuando sale la revista, no estaba mi artículo. Lo llamo a Anabitarte y me dice: “Vos tenés razón, pero por razones tácticas no conviene, perdemos toda la izquierda, ya tenemos muchísima gente en contra, no nos pongamos a la izquierda en contra”. Yo no dije nada y me fui directamente. Eran canallas, como lo es toda la izquierda, no podés confiar nunca en los castristas ni en los estalinistas, tal vez los trotskistas me hubieran avisado. Después se pelearon los trotskistas y al poco tiempo se decide por mayoría la disolución temporal, porque después viene la época otra vez de Margaride. Que había venido con Frondizi. Eso hay que repetirlo y repetirlo. Frondizi está entre lo peor que hubo en el país. Con Frondizi el camión policial pasaba permanentemente, vos escuchabas las sirenas del coche policial, era algo increíble.
BAZÁN:
Entonces, el frente duró tres años.
SEBRELI:
El apogeo sí. Después empezó la degradación. Yo me fui pero la gente se quedó con Montoneros, hasta que después Perlongher se peleó, cuando se enteró de que Montoneros fusiló a un homosexual porque consideraban que un homosexual era proclive a la traición.
BAZÁN:
¿Qué te parece que hizo el FLH en la vida social argentina? ¿Qué importancia tuvo?
SEBRELI:
Fue importante. Antes de nosotros de la homosexualidad se hablaba en el cuchicheo de la gente de la época de Miguel de Molina. Después no se hablaba más de ese tema, era un tema tabú, y si se hablaba era para hablar mal. Y después viene el período psicoanalítico, y con eso se ve que el psicoanálisis la considera una enfermedad psíquica y a todos los mandaban a psicoanálisis. El psicoanálisis fue un enemigo terrible de la homosexualidad, tanto como los comunistas.
BAZÁN:
Grandes enemigos: la Iglesia, el psicoanálisis, el comunismo y en general casi todo el poder.
SEBRELI:
Casi todo el poder. Ahí se termina. Después cuando aparece Alfonsín aparece la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), que no me llamaron nunca ni me mencionaron jamás en ningún libro ni en ninguna revista. Nunca hablaron del FLH, como si ellos hubieran sido los creadores de todo. Del FLH hicieron como una especie de estalinización, nos borraron completamente. En ningún lado figura el FLH. Hace unos años fui con un amigo al MALBA a ver una película que se llamaba Putos peronistas. Antes de la proyección advierten que estaba yo en la sala y entonces dicen: “No bien termine la película por favor no se vayan, porque está Sebreli, que es uno de los fundadores del FLH, vamos a tratar de hablar sobre la película con él”. Entonces le dije a mi amigo “pongámonos en la punta, así uno o dos minutos antes de que termine nos vamos”. Encima en la película aparece como estrella invitada Cristina Kirchner, hablando, abrazándose con los lúmpenes de esa película, que hace una división muy fuerte entre el puto de La Matanza y el gay de barrio norte para hablar mal del gay de Barrio Norte.
BAZÁN:
En la película sobre Eva Perón que escribió José Pablo Feinmann hay una escena donde está Eva con el diseñador Paco Jamandreu y él le dice: “Yo soy de Eva, como los pobres, como los putos”. Cuando escribí Historia de la homosexualidad en la Argentina busqué esa cita y no la encontré en ningún lado. Entonces hablé con Feinmann y le pregunté de dónde la había sacado y me dijo “la inventé yo”, pero quedó como una cita verdadera.
SEBRELI:
Esa película es una falsedad del primero al último fotograma. Yo se lo dije a Desanzo, el director. Un día me lo encontré en Clásica y Moderna y le dije “yo soy un admirador de tu cine, tocás unos temas muy buenos, la película fotográficamente está muy bien hecha, pero es todo falso”.
BAZÁN:
Ahora, volviendo al FLH. En esas reuniones que tenían, ¿de qué se hablaba?
SEBRELI:
El FLH era un frente de homosexuales intelectuales. Todo intelectual. En esa época todos habíamos leído El comportamiento homosexual de Kinsey, para mí un libro fundamental. Entonces empezamos a hacer “El informe Kinsey”, pero en la Argentina. Todo iba a ser en Barrio Norte, porque si íbamos a La Matanza nos hubieran sacado a palos. Eso quedó sin terminar, porque tuvimos que cerrar. Los que vinieron después eran homosexuales de discoteca. Nosotros éramos más de biblioteca.
BAZÁN:
¿Era un tema la discriminación laboral, por ejemplo?
SEBRELI:
En ese momento yo ya no estaba más en relación de dependencia, pero el que hablaba mucho de eso era Anabitarte, porque estaba en el Correo. Decía: “Que no se sepa en el correo que estoy acá porque me echan”.
BAZÁN:
¿Y vos tenías problema con que se supiera tu activismo?
SEBRELI:
No, porque yo me reuní con un grupo de homosexuales y nada más.
BAZÁN:
¿Y en tu vida de sociedad?
SEBRELI:
Yo nunca hice vida de sociedad, para nada. Me reuní con el Grupo Contorno y con el Grupo Sur, pero con todos terminé peleado. Siempre por razones ideológicas. Y con el FLH lo mismo, lo mismo. Lo que sí me gustaría decir es que en el momento más glorioso del FLH, en la época de Lanusse, decidimos, los más avanzados del grupo (los otros se estaban ocupando de Evita), acercarnos a las feministas y hacer una alianza con ellas. Con María Luisa Bemberg, por ejemplo. Nos unimos y llegamos a hacer un grupo de fusión, que nos veíamos mucho. Yo ahí conocí a un personaje famoso que era Ruth Mary Kelly, dirigente del primer grupo de las nuevas feministas políticas serias. Nos vimos varias veces, incluso la Bemberg me llevó a comer a su casa, vivía frente a Plaza Francia con un actor que era peronista y montonero. Ella nos llevaba a los dos para que discutiéramos. Un día yo estaba de mal humor y no tenía ningún interés en hablar con ese tipo, sabía que no iba a llegar a nada. Además los montoneros eran muy cerrados y no muy cultos; nada cultos mejor dicho. Y eran muy fanáticos. Nos peleamos y ella no dijo ni una palabra, nos dejó que nos peleáramos. Esa unión de feministas con homosexuales llegó muy pronto a oídos de la policía y lo supimos porque Teddy Paz, un miembro del FLH, era hijo de un senador tucumano, del grupo conservador peronista, que se enteró por las conversaciones del hijo, fue y le dijo a un comisario que conocía: “Mire que hay reuniones de homosexuales y feministas y están tal y tal” y dio todos los nombres.
BAZÁN:
¿Llegaron a tener relaciones con otras organizaciones internacionales? Con el Frente de Estados Unidos, por ejemplo.
SEBRELI:
Cuando fui a Nueva York me encontré con uno de los jefes de los homosexuales a través de Nahuel Moreno. Pero no teníamos una relación fluida. Para eso tendría que haberle escrito, pero yo soy una persona muy poco sociable, no me gusta. En todos los grupos estoy poco tiempo.
BAZÁN:
¿Qué te dejó a vos haber hecho al FLH?
SEBRELI:
Me dejó haber pasado a la historia. Pero actos concretos, ninguno. Haber sido el creador de eso es un acto poderoso, pero después, qué sé yo, sacábamos algunas revistas, pero lo de las revistas se terminó cuando me sacaron el artículo. Y después ya no los vi más. Salvo con Carlos Correas, que nos seguimos viendo siempre. Correas era el único intelectual verdadero que había en el grupo.
BAZÁN:
¿Cómo quedó después la relación personal entre los que habían estado originalmente en el frente? ¿Seguiste teniendo relación con Anabitarte o con Perlongher?
SEBRELI:
Cuando Perlongher murió [en 1992], ya no teníamos relación. Yo escribí sobre él y ahí digo lo bueno y lo malo. Y Anabitarte se fue a España. No hablamos más después de mi portazo ante su falta de lealtad. Con Blas Matamoro sí sigo teniendo relación, de hecho estamos preparando un libro juntos. Puig durante años, cuando estaba en Buenos Aires, pasaba por acá por casa después de ir al correo, siempre a la misma hora por la mañana. Me decía, “mi tiempo mayor se lo dedico a los impresores del mundo y cuando tengo tiempo a la tarde escribo abiertamente”. Pero han muerto casi todos, yo soy un sobreviviente.
*Este artículo se publicó originalmente en la revista Seúl