Los campos de concentración nazis son célebres por el exterminio de judíos que ahí tenía lugar. Pero ese grupo no fue el único que pereció en los hornos: uno del que se habla muy poco y que murió en aquellos sitios es el de los homosexuales. La radical homofobia nazi iba a contrapelo de la relativa libertad que se había logrado en Alemania, gracias a la labor de personajes como el sexólogo Magnus Hirschfeld, articulador del primer movimiento gay del mundo.
“Si admito que hay de 1 a 2 millones de homosexuales, esto significa que 7 u 8% de los hombres son homosexuales. Y si la situación no cambia, significa que nuestro pueblo estará infectado por esta enfermedad contagiosa. A largo plazo, ningún pueblo podría resistir semejante perturbación de su vida y de su equilibrio sexual”, advertía Heinrich Himmler el 18 de febrero de 1937.
El SS-reichsführer, quien encabezaba todas las fuerzas represivas nazis, se dirigía a los cadetes de la SS-Junkerschule de Bad Tölz, la academia militar donde se capacitaban los oficiales de las Schutzstaffel (las SS), que tenían a su cargo los campos de concentración, entre otras responsabilidades.
El tono de voz de Himmler se volvió más implacable al enfatizar: “Cada mes todavía se detecta un caso de homosexualidad en los rangos de las SS. (…) Por lo tanto tomé la decisión siguiente: en todos los casos estos individuos serán oficialmente degradados, excluidos de las SS y comparecerán ante un tribunal. Después de haber cumplido la pena infligida, serán internados en un campo de concentración bajo orden mía y abatidos durante ‘un intento de fuga’ (…) Espero así poder arrancarlos de las SS hasta el último. Quiero preservar la sangre noble que recibimos en nuestra organización y la obra de saneamiento racial que perseguimos en Alemania”.
El texto del discurso del alto mando del Tercer Reich está desplegado en uno de los paneles de la muestra “Homosexuales y lesbianas en la Europa nazi”, inaugurada el pasado 17 de mayo en el Memorial de la Shoah de París. Es la primera exposición sobre el tema acogida por una institución francesa. Abierto al público en enero de 2007, el Memorial se enorgullece de ser el centro de archivos dedicado a la historia del Holocausto más importante de Europa.
“Un deber de memoria”
“Nuestra meta es pedagógica”, confía Florence Tamagne, curadora científica de la muestra. “Hasta la fecha el público en general y los jóvenes en particular desconocen el destino trágico de los homosexuales durante la época nazi. Sacar esa persecución del olvido es un deber de memoria que resulta cada vez más indispensable, ya que la problemática del trato discriminatorio contra los homosexuales dista de haber desaparecido. Prueba de ello es la lgbtfobia manifestada por los gobiernos de Hungría y Polonia, para citar sólo estos casos europeos…”
Catedrática de historia contemporánea de la Universidad de Lille, Tamagne es una destacada especialista gala de la historia de la homosexualidad, tema al que ha dedicado tres libros.
“La exposición busca además acabar con exageraciones y falsedades”, agrega. “Por un lado se llegó a hablar de 1 millón de homosexuales internados en campos de concentración por los nazis y, por otro, ciertos ‘círculos’ se empeñan en negar esa represión específica.
“En realidad las investigaciones realizadas a partir de los setenta revelan que alrededor de 100 mil homosexuales alemanes estaban fichados por el Tercer Reich, la mitad de los cuales fueron detenidos, enjuiciados y condenados a penas de cárcel. Se calcula que entre 5 y 15 mil acabaron en campos de concentración. La destrucción de archivos por las SS y el hecho de que hombres internados en estos campos lo fueron oficialmente como presos políticos o ‘asociales’ y no como homosexuales impide tener estimaciones más precisas.”
Según explica la historiadora, a finales del siglo XIX y a principios del XX –a diferencia de varios países europeos como Francia, Bélgica, Italia o los Países Bajos, donde la homosexualidad fue despenalizada– Alemania seguía considerando esa relación sexual como un crimen. El artículo 175 del código penal germano vigente desde 1871 estipulaba: “La fornicación contra natura, realizada entre personas del sexo masculino o de personas con animales, está castigada con una pena de cárcel de seis meses a cuatro años, además de la suspensión temporal de los derechos civiles”. El lesbianismo no fue contemplado por los legisladores.
Esa criminalización no impidió, sin embargo, el desarrollo de una subcultura homosexual en Berlín que “competía” con la de París y de otras capitales europeas. La comunidad gay tenía sus propios cabarets y salas de baile, publicaba revistas, contaba con movimientos de activistas que luchaban a favor de la abrogación del artículo 175.
De hecho fue en la capital alemana donde en 1897 el sexólogo Magnus Hirschfeld creó el primer movimiento homosexual del mundo: el Wissenschaftlich-humanitäres Komitee (Comité Científico Humanitario); dos décadas más tarde, en 1919, abrió el Instituto de Sexología, un centro médico “revolucionario” al que acudían homosexuales y personas transgénero de toda Europa. Hirschfeld fue quien inventó la palabra “transgénero”.
Ese mismo 1919 se estrenó Diferente de los demás, del realizador Richard Oswald, primera película de la historia del cine en la que el tema de la homosexualidad se enfocó de manera positiva.
La llegada de Hitler al poder en 1933 paró en seco esa efervescencia cultural y militante. Los nazis cerraron revistas y cabarets, prohibieron todos los grupos y asociaciones homosexuales y el 6 de mayo de 1933 saquearon el Instituto de Sexología antes de incendiarlo. Cuatro días después, el 10 de mayo, la inmensa documentación del centro fue quemada, junto con decenas de miles de libros proscritos, en la plaza de la Ópera de Berlín. Hirschfeld, que estaba fuera de Alemania en estas fechas, murió exiliado en Francia dos años más tarde.
El Dorado, el cabaret de travestis más famoso de Berlín, se convirtió en una de las austeras sedes del Partido Nazi.
“Las primeras víctimas del régimen son los prostitutos y los travestis acusados de ‘corromper a la juventud’, en virtud de un decreto de ley promulgado el 10 de febrero de 1934”, comenta Tamagne, mientras recorre la muestra con la corresponsal. La curadora señala una fotografía de Rudolf Müller.
“Es uno de estos primeros perseguidos. Se gana la vida prostituyéndose, lo que motiva su detención por la policía de la República de Weimar (1918-1933) y luego por los nazis, que lo internan en un campo de concentración. Al cabo de cinco meses de ‘reeducación por el trabajo’, las SS le proponen ‘una castración voluntaria’, única opción para recobrar la libertad. La operación fracasa y Müller muere. Su caso dista de ser excepcional.”
La situación de los homosexuales empeoró después de la Noche de los Cuchillos Largos (29 de junio-1 de julio de 1934), nombre dado a la purga interna ordenada por Hitler para sofocar un complot supuestamente urdido en su contra por Ernst Röhm, quien dirigía la Sturmabteilung –Sección de Asalto (SA)–, cruenta organización paramilitar.
El régimen presentó la eliminación de Röhm, asesinado en su celda el 1 de julio, como parte de su campaña de erradicación definitiva de la homosexualidad del seno del Partido Nazi –el líder de la SA tenía efectivamente una clara predilección por los hombres y la asumía– cuando en realidad se trataba de un ajuste de cuentas meramente político, fomentado por Himmler, Hermann Göring y Joseph Goebbels.
El artículo 175
El 1 de de septiembre de 1935 entró en vigor una versión endurecida del artículo 175. A partir de esa fecha se castigaba todo acto sexual –e inclusive toda manifestación de deseo– entre hombres con una pena hasta de 10 años de trabajos forzados. El caso de las lesbianas siguió sin ser contemplado por el código penal, lo que no impedía su persecución.
En realidad las mujeres eran encarceladas o internadas en campos de concentración oficialmente por ser militantes políticas, “asociales” o judías, pero a menudo aparecía la mención lesbisch en su expediente.
El 10 de octubre de 1936 Himmler creó la Reichszentrale zur Bekämpfung der Homosexualität und Abtreibung (Oficina Central del Reich para Luchar Contra la Homosexualidad y el Aborto), que registraba a todos los homosexuales detectados por sus agentes e informadores o señalados por delatores.
Tamagne llama la atención de la corresponsal sobre una hoja amarillenta expuesta en una vitrina.
“Los historiadores encontraron bastantes documentos como éste en los archivos”, dice. “Es una carta dirigida a la policía en la que un habitante de Hamburgo denuncia a su vecino que ‘vive con otro hombre como marido y esposa’. Se dieron muchas delaciones abusivas.”
Los homosexuales que podían hacerlo se exiliaron, la mayoría se escondía y vivía en el terror de ser denunciados; otros fingían tener una vida normal, contrayendo matrimonios de conveniencia. Los detenidos nunca sabían lo que iba a pasar con ellos.
Según cuenta la curadora, sus destinos fueron bastante heterogéneos. Unos cumplieron su pena en la cárcel, otros en un campo de concentración, unos después de haber sido enjuiciados y otros sin juicio. Se dieron casos de homosexuales enviados a campos de exterminio al supuestamente salir libres de prisión.
Algunos gays considerados ‘curados’ se vieron forzados a integrarse al ejército tras haber pasado meses en la cárcel o en un campo de concentración. Otros, calificados de ‘irrecuperables’, fueron internados en hospitales psiquiátricos o sometidos a eutanasia. Sin hablar de los que fueron castrados o sometidos a experimentos médicos. Los homosexuales enjuiciados por tribunales militares fueron ejecutados o “utilizados” para misiones suicidas en el frente de guerra.
Sus condiciones de sobrevivencia en los campos de exterminio eran atroces. Al igual que todos los prisioneros, llevaban una insignia triangular cosida sobre su uniforme a la altura del pecho. La suya era un triangulo invertido color rosa.
Tratados como “escoria de la humanidad” estaban reagrupados en bloques apartados –las autoridades temían que contagiaran a sus codetenidos– y luego fueron incorporados a unidades de castigo, donde realizaban los trabajos más duros, como las 10 horas diarias que los prisioneros famélicos del campo de exterminio de Sachsenhausen pasaban laborando en las canteras de arcilla.
También fueron víctimas de todo tipo de torturas, muchas de ellas con humillantes connotaciones sexuales. A pesar de estar aislados, los “triángulos rosas” no escapaban a maltratos y agresiones de los demás prisioneros cuando cruzaban sus caminos. Los prejuicios sociales prevalecían tanto fuera como dentro de los campos de exterminio. Muchos prisioneros pensaban que los “triángulos rosas” sobrevivieron teniendo relaciones sexuales con los carceleros.
“Los hombres del triángulo rosa”
“En ese contexto resulta extraordinario lo que logran hacer Robert Oelbermann y Rudi Pallas”, enfatiza Tamagne mirando los paneles en los que aparecen grandes retratos de los dos hombres detenidos por la Gestapo a raíz de una denuncia.
“Internados en Sachsenhausen, vencen el ostracismo y la distancia para contactar a los ‘triángulos negros’ (prisioneros políticos), con quienes organizan un movimiento de resistencia que, desafortunadamente, no tarda en ser desmantelado por las SS”, sigue contando la historiadora.
“Oelbermann es transferido al campo de exterminio de Dachau, donde muere. Pallas es enviado al frente de guerra. Sobrevive. Regresa a Alemania y es uno de los escasos ‘triángulos rosas’ en ser reconocido como víctima del nazismo. Pero no lo es como homosexual sino como resistente. Investigado y permanentemente hostigado por la policía de la República Federal de Alemania, en virtud del artículo 175 aún vigente, Pallas se suicida en 1952”.
La posguerra fue cruenta para los homosexuales rescatados de los campos de la muerte, pues siguieron siendo criminalizados por el código penal, en la República Democrática de Alemania (RDA) hasta 1968, y en la República Federal de Alemania (RFA) hasta 1969, cuando se abrogó por fin el tristemente famoso artículo 175 en las dos Alemanias.
Según insiste Tamagne, varios documentos expuestos en la muestra evidencian la vigilancia permanente de los homosexuales por parte de los agentes de la Stasi, el servicio de inteligencia de la RDA.
En la RFA se dieron casos de homosexuales juzgados y condenados a penas de cárcel por los mismos jueces que los habían juzgado y condenado en la época nazi.
La inmensa mayoría de los sobrevivientes callaban el motivo de su internamiento en campos de concentración y no contaron el horror que vivieron por temor a la represión y al ostracismo y porque sabían que su homosexualidad los excluía del estatus de víctimas del nazismo y de las indemnizaciones correspondientes.
También les aterraba la creciente tendencia a considerar la homosexualidad como un problema psiquiátrico que imperaba en la RFA y la RDA, así como en el resto de Europa.
“Es sólo en los setenta, bajo presión de los movimientos de liberación gay y lésbico, que el tema de la deportación a campos de concentración por motivo de homosexualidad empieza a ser objeto de debates públicos”, subraya la curadora.
La publicación en Alemania en 1972 de Die Männer mit dem rosa Winkel (Los hombres del triángulo rosa), libro firmado por Heinz Heger, jugó un papel capital en estos debates.
Heinz Heger era el seudónimo del periodista y escritor austriaco Hans Neumann, quien sostuvo una serie de entrevistas con Josef Kohout entre 1965 y 1967 y plasmó en primera persona la historia de ese sobreviviente gay de los campos de la muerte.
Es el primer testimonio directo sobre el infierno que vivieron los homosexuales perseguidos por los nazis y es también una dura denuncia de la iniquidad que sufrieron después de la guerra.
Nacido en Viena en 1919 en una rica familia católica, Kohout fue detenido en septiembre de 1939.
Por ser hijo de un alto funcionario nazi, Fred, su amante –en el libro no se menciona su apellido– escapó de la cárcel y acabó en un hospital psiquiátrico.
Kohout, en cambio, cumplió primero siete meses de prisión, luego fue internado en el campo de concentración de Sachsenhausen y finalmente en el de Flossenbürg, que las fuerzas estadunidenses liberaron el 23 de abril de 1945. En total pasó más de cinco años en las tinieblas.
Su relato rompió con la “conspiración del silencio” sobre la represión específica de los “triángulos rosas”, incitó a otras víctimas a hablar y galvanizó las campañas de denuncia de las asociaciones de homosexuales.
Finalmente en mayo de 1985, 40 años después del fin de la guerra, Richard von Weizsäcker, presidente de la RFA, reconoció oficialmente la persecución de los homosexuales por el régimen nazi.
Casi dos décadas más tarde, el 17 de mayo de 2002, el Parlamento alemán votó la rehabilitación –en muchos casos póstuma– de los hombres condenados en virtud del artículo 175 durante el periodo nazi. Ese voto abrió derechos a indemnizaciones que por lo general cobran los herederos de las víctimas.
El 27 de mayo de 2008 se inauguró el monumento en memoria de los homosexuales perseguidos por el nazismo en el parque Tiergarten de Berlín.
Fuente: Proceso