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Salir del vestuario. La hora de los homosexuales en el fútbol

Salir del vestuario. La hora de los homosexuales en el fútbol
Internacional

En un reciente estudio, llevado a cabo en Andalucía, dos investigadores (L. Vélez y J. Piedra) preguntaron a 279 futbolistas de Segunda B y otras categorías inferiores sobre su orientación sexual. Dado que son encuestas anónimas, la gente no oculta la verdad: un 3,5% se declaró homosexual y un 2,7% se identificaba con otras sexualidades que no son la heterosexual, por ejemplo, la bisexual. Aunque estadísticamente son pocos encuestados, la conclusión es obvia: en el fútbol no hay muchos menos homosexuales que en otros trabajos y ámbitos.

Sin embargo, se cuentan con los dedos de las manos los futbolistas de las primeras ligas mundiales que han salido del armario. Casi todos ellos reconocieron que les gustaban los hombres una vez se retiraron del fútbol profesional, cuando ya no sufren la presión de sus clubs, patrocinadores, aficionados y compañeros, y no tienen que temer que su carrera se trunque. Algún valiente ha habido: en 1990, Justin Fashanu se convirtió en el primer jugador de la Premier en reconocer que sus gustos sexuales eran diferentes. 8 años más tarde, y tras ser acusado falsamente por agresión sexual a un joven de 17 años, Fashanu se suicidó. En 2013, el californiano Robbie Rogers, que jugaba en el Leeds United, se hartó de aparentar que tenía que salir de juerga con el resto de compañeros para ligar con chicas. Consciente de lo que su declaración suponía, dejó el fútbol, aunque le convencieron de que la auténtica lucha estaría en visibilizar que era posible ser gay sin perder ni un ápice la necesaria agresividad y competitividad en un deporte estereotípicamente asociado al macho. Firmó por Los Angeles Galaxy donde jugó hasta que se retiró en 2017.

Unos 25 años separan a los dos únicos jugadores que, hasta la fecha, reconocieron sin ambigüedades su homosexualidad, estando en activo. Rogers dice que conoce a otros jugadores homosexuales, pero que no se atreven a romper el tabú. Lo comprende. Sin duda, es algo más fácil ser un futbolista gay en Los Ángeles, ciudad, como San Francisco, donde se respira cierta tolerancia hacia la diversidad sexual. Hay lugares más hostiles, como pudimos comprobar recientemente en el partido Hungría-Portugal de la Eurocopa, donde una parte de la grada profirió cánticos homófobos contra Cristiano Ronaldo, de la misma manera que en España se cantaba aquello de «Guti, Guti, Guti, maricón» o «Sal del armario, Cañete [Santiago Cañizares], sal del armario».

Algunos estuvieron a punto. En 2016, al menos dos clubs de fútbol de Primera y Segunda División tuvieron que emplearse a fondo para que dos de sus jugadores dieran marcha atrás y no aparecieran en sendos medios de comunicación reconociendo su homosexualidad. Ocho años antes, otro jugador de Primera había aceptado posar para Zero, una revista gay, pero su club se lo prohibió. Aunque frustrados y escasos, estos intentos nos hablan de que algo se está cociendo. Hay ejemplos en todas las ligas. A mediados del año pasado, The Sun publicaba una carta de un anónimo jugador de la Premier en la que este compartía con los aficionados el calvario de tener que llevar una doble vida. Sin embargo, aún no se sentía «preparado» para dar el paso.

Hay cosas que cambian muy lentamente, pero cambian. En 1982, Joan Gaspart, vicepresidente del Barça, tuvo que organizar una boda apresuradamente para zanjar la polémica sobre la homosexualidad de su último fichaje, Cléo Hickman. Trascendió que el rubio jugador brasileño había declarado en la revista Imagen News que había mantenido relaciones sexuales con otros hombres y que, de hecho, ello no era infrecuente, aunque se abstuvieran en las concentraciones. Así que la maquinaria del club se puso en marcha. El futbolista acabó negándolo todo: los medios habrían tergiversado sus palabras. Dos meses más tarde, y sin haber debutado oficialmente, el Barça empaquetó a su jugador de vuelta a casa, casado y con cinco millones de pesetas.

Casi dos décadas después, a mediados de 2020, el bético Borja Iglesias se pintó las uñas de negro, según él, para denunciar el racismo y la homofobia. Aunque algunos aficionados mostraron su testosterónica intolerancia en las redes, el club apoyó su gesto en su cuenta oficial de Twitter. No es mucho, pero sí un indicio de que algo se está moviendo. De hecho, muchos otros aficionados alabaron el coraje de Borja Iglesias y los mensajes de apoyo en las redes acabaron apagando las voces más homofóbicas.

Se puede ver la botella medio vacía: ningún jugador de los miles que existen en las principales ligas profesionales experimenta actualmente que se dan las condiciones razonables para salir del armario. O medio llena: la sociedad parece cada vez más preparada para asumir la diversidad sexual en todos los ámbitos, incluyendo aquellos, como el ejército, el toreo o el fútbol, que tradicionalmente han simbolizado la masculinidad más normativa. Tengo una apuesta con un jugador de Primera División en que algún valiente dará el paso en los próximos tres años. Si ocurre, pago yo una cena. Es de esas apuestas que uno está deseando perder.

Fuente: El Correo

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